El mundo entero se vio, en algún punto, envuelto en los anuncios arancelarios del presidente estadounidense Donald Trump. Tras la formalización de impuestos sobre las importaciones, hubo un sinfín de advertencias de distintos peligros económicos (y hasta diplomáticos), tales la inflación, la recesión e incluso la posibilidad de fuertes tenciones comerciales.
Quizá no muchos lo recuerda, pero el Imperio Romano ya lo intentó, y los resultados fueron terribles. Quiso frenar el lujo y terminó elevando los precios.
A medida que el Imperio Romano crecía y se enriquecía, los ciudadanos acomodados comenzaron a desarrollar un gusto bastante costoso por los bienes de lujo traídos de India, Arabia y China. Hablamos de seda, perlas, pimienta, incienso… el tipo de productos que no se encontraban en ningún mercado local del foro.
Para frenar la fuga de riqueza, los romanos impusieron un arancel del 25% (conocido como tetarte) sobre las importaciones. En teoría, la idea era simple: recaudar ingresos sin necesidad de frenar por completo el comercio.
Pero en la práctica, los precios de productos populares como el incienso y la pimienta se dispararon, algo que ya preocupaba al escritor Plinio el Viejo en el siglo I d.C. (y que aún hoy haría levantar una ceja al consumidor promedio), según recordó FlayerWayer.com.
Un lujo que costaba más que la guerra
Lo más llamativo es que los ingresos de esos aranceles eran tan altos que podían financiar hasta un tercio del presupuesto militar de Roma.
Hablamos de cifras astronómicas: se han documentado cargamentos por 7 millones de sestercios provenientes de India, y solo en un mes, en la ciudad de Palmira, se registraron bienes importados por 90 millones de sestercios.
Y claro, el Estado feliz. Hasta que llegó el problema de siempre: la inflación.
Aparece el mercado negro
Al igual que hoy, los impuestos provocaban subas de precios que los ciudadanos no siempre podían pagar. ¿Solución? Mercado negro. Los comerciantes empezaron a evitar los puntos de control, especialmente por rutas terrestres menos vigiladas, y el contrabando se volvió común.
Para el siglo III, el imperio ya lidiaba con una economía fuera de control: inflación galopante, colapso de la moneda y debilitamiento general de su estructura política y militar.
No fue el fin del imperio, pero sí marcó el inicio de su declive económico. Un “boom” de impuestos mal implementado que terminó afectando a los soldados, los comerciantes y al ciudadano promedio por igual.
¿Y qué tiene que ver esto con EEUU en 2025?
Aunque no podemos comparar directamente el comercio moderno con el del año 200 d.C., algunas similitudes llaman la atención.
Al igual que Roma, Estados Unidos enfrenta hoy decisiones comerciales que podrían tener consecuencias a largo plazo: aumento de precios, evasión de impuestos, tensiones diplomáticas (sí, también con los aliados) y más.
La gran diferencia es que Roma no usaba aranceles como herramienta diplomática. No sancionaba países con impuestos. Para eso, prefería enviar legiones.
Hoy, los aranceles tienen un peso político que puede alterar alianzas enteras, y eso —según algunos expertos— podría ser más peligroso que una caída en el precio de la pimienta.
Así que ya saben: Roma gravó las importaciones, recaudó una fortuna… y terminó enredada en inflación y caos. Quizás la historia no se repite, pero definitivamente rima.
Este artículo se publicó primero en Mendoza Today.