En los años 60, cuando los seguidores del supremacista blanco, antiliberal y antisemita George Lincoln Rockwell hacían el saludo nazi en la sede partidaria de Arlington, Virginia, un estupor corría por la sociedad norteamericana.
¿Cómo podía haber nazis en un país que había sacrificado casi medio millón de soldados luchando contra ese monstruo totalitario? Más increíble aún es que, a esta altura de la historia, varios oradores hayan hecho el saludo nazi sobre el escenario de un foro ultraconservador en el que habló el mismísimo presidente de los Estados Unidos, sabiendo el mundo entero que Adolf Hitler encarnó el mal absoluto al industrializar el asesinato en campos de concentración.
El ultraderechista francés Jordan Bardella desistió de disertar en la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC) y repudió al ex asesor presidencial Steve Bannon, por haber saludado como los fascistas. Pero Donald Trump no dijo nada. Tampoco el vicepresidente JD Vance ni el todopoderoso Elon Musk.
Hubiera sido tranquilizador para Argentina que su presidente repudiara ese gesto que tantos participantes aplaudieron. Pero Milei no dijo ni mu, a pesar de su llanto desconsolado en el Muro de los Lamentos. Quizá, en la tumba que visita tan seguido se esté revolviendo el Rebe de Lubavitch. Aunque para el mundo, lo más inconcebible e inquietante es que el presidente de Estados Unidos lidere un evento en el que se puede hacer gestos nazis sin ser expulsado por traición a la historia norteamericana y a la democracia occidental que Hitler aplastaba con sus tanques Panzer.
De todos modos, no fue lo más grave de Trump en estas semanas sombrías para la democracia liberal. Saltar a la trinchera de Putin para bombardear desde allí la alianza con Europa y atacar la legitimidad del presidente ucraniano, colocó a Washington y a la democracia occidental en un callejón oscuro de la historia.
Es la crónica de una distopía anunciada. Lo describió el dossier de un ex agente de la inteligencia británica que investigó sus negocios en Rusia y sus viajes a Moscú. Lo señaló Hillary Clinton en el debate electoral del 2016. Apareció entre líneas en los principales diarios norteamericanos. Incluso lo sugirieron dirigentes republicanos, desde Mitt Romney y el ex vicepresidente Cheney, hasta el clan Bush, cuando John McCain prohibía desde su lecho de muerte que dejaran entrar a Trump a su funeral. También lo denunció John Bolton, viejo halcón conservador que fue su consejero de Seguridad. Y lo advirtió Kamala Harris cuando, como Hillary ocho años antes, la entonces vicepresidente de Biden lo describió en la cara del mismísimo Trump: “is a Putin puppet” (es una marioneta de Putin).
El propio líder ultraconservador pareció darles definitivamente la razón al acusar a Zelenski de ser un “dictador” y de haber iniciado la guerra. Trump legitima a quien, además de hacer asesinar a muchos críticos y denunciantes, hizo matar a sus contendientes con posibilidad de vencerlo en las urnas o de aglutinar mayorías, como Boris Nemtsov y Alexei Navalni, mientras deslegitima a quien llegó al poder en auténticas elecciones y no persigue ni asesina a los críticos de su gobierno.
El argumento para llamar dictador a Zelenski es la suspensión de la elección presidencial que debió realizarse en el 2024. Lo que no dijo es que la Constitución ucraniana abala la suspensión de las elecciones para la Verjovna Rada (parlamento) y la presidencia del país cuando rige la Ley Marcial que introdujo el gobierno de Leonid Kuchma en el 2000 y fue aplicada por el presidente Petro Poroshenko en el 2018. Zelenski se convirtió en presidente en el 2019. Y le habría convenido que se realizara la elección legislativa del 2023 porque hubiera ampliado la bancada oficialista, pero quedaron suspendidas por la Ley Marcial que inexorablemente se aplica durante una guerra.
Desde la trinchera de Putin, Trump disparó munición gruesa contra Zelenski mientras le exigía a Ucrania entregarle un mar de riquezas minerales a Estados Unidos. La imagen de un jefe de la Casa Blanca en la trinchera de un autócrata ruso fue una señal de traición a la democracia noroccidental. Desnudando tal abjuración, Trump usó un argumento falaz del Kremlin para negar la realidad que está a la vista del mundo: acusó a Zelenski de haber iniciado esta guerra que la humanidad entera vio estallar con la invasión de Rusia a Ucrania.
Según Putin, Rusia tuvo que invadir porque Kiev está en manos de nazis que quieren reeditar lo que fue la invasión ordenada por Hitler en 1941. ¿Cómo justifica semejante argumento? Diciendo que Zelenski quiere el ingreso a la OTAN para instalar misiles nucleares y atacar a Rusia, cuando lo visible es que Ucrania empezó a pensar en la OTAN cuando, mediante un fraude planeado en Moscú, se impuso en el gobierno ucraniano al pro-ruso Viktor Yanukovic, derribado a renglón seguido por la llamada Revolución Naranja.
La injerencia siempre fue en favor del pro-ruso Partido de las Regiones. Al líder europeísta Viktor Yushchenko, agentes del Kremlin lo envenenaron con dioxina, deformándole el rostro para siempre.
Los actos de agresiva injerencia continuaron hasta que, en el 2014, Rusia anexó la Península de Crimea. A partir de entonces, la pretensión ucraniana de ingresar a la OTAN fue claramente consecuencia de las agresiones rusas. Fue precisamente la invasión ordenada por Putin la que más acercó la OTAN a Ucrania. Y aunque hubiese sido incorporada, eso no implica recibir misiles nucleares que estarían a ocho minutos de Moscú. En Turquía hubo proyectiles atómicos apuntando hacia la costa soviética del Mar Negro. Khrushev pulseó con Kennedy hasta que la OTAN los retiró.
En los países bálticos no hay misiles nucleares apuntando a Rusia, a pesar de existir un plan militar ruso para atacarlos desde Kaliningrado y Bielorrusia. También existe un plan ruso de ataque simultáneo a Noruega desde Murmansk, mientras se produce un desembarco en la Laponia finlandesa.
Fue un error geopolítico no haberse acercado más a la URSS de Mijail Gorbachov y la Rusia de Boris Yeltsin. Pero lo que debió hacerse y no se hizo con aquellos líderes, no puede hacerse ahora con un autócrata que asesina a opositores y críticos, mientras lanza guerras expansionistas.
Este artículo se publicó primero en Mendoza Today.